domingo, 6 de mayo de 2012

Capítulo VII. Cada día falta menos


Ayer tuvimos día de fiesta en el colegio de mi hijo pequeño, Nano.  Era la fiesta de su graduación.  Fue un día estupendo.  Nano estaba guapísimo y muy contento.



La verdad es que mis tres hombres ¡estaban tan guapos y tan elegantes con sus trajes!



Pasamos un día buenísimo. Y a final de la mañana tuve que andar bastante, forzada por las circunstancias de ese momento en concreto. Ayudada, como siempre, por Fernando, agarrada a su brazo como el halcón al brazo del cetrero, anduve una distancia importante en un momento de necesidad, lo que me hizo sentir mejor, más segura, más válida.  Al principio tuve miedo, luego  dolor en la pierna afectada y un cansancio enorme, pero finalmente satisfacción.


Creo que es por eso por lo que hoy tengo la fuerte sensación de que cada día falta menos para levantarme de la silla de ruedas y empezar a caminar yo sola, con una muleta

domingo, 8 de abril de 2012

Capítulo V. La vuelta a casa

Al  pasar el tiempo, aunque seguía sin poder apenas moverme, ya estaba mucho mejor, y empecé a pensar seriamente en que era posible que me mandaran a casa sin tardar mucho.  Lejos de alegrarme, esa posibilidad me daba miedo.  En el hospital estás muy arropada.  Sabes que una pulsación al timbre de la enfermera va a solucionar cualquier necesidad que tengas en unos minutos.  En casa no sabes qué va a pasar.  Mi preocupacón fundamental era que seguramente iba a necesitar tanta ayuda de Fernando y de mis hijos que terminarían por cansarse, por hartarse de mí. Pensaba que al poco tiempo de estar en casa todos íbamos a añorar el hospital.  No es cierto.  Hace casi dos meses que estoy en casa y voy al hospital 3 veces por semana, a rehabilitación  (gracias a Dios, porque lo noto mucho, voy mejorando cada día y cada vez me parece más real  la posibilidad de recuperarme.

Además, en casa son más las alegrías y las ventajas que los problemas.

Primera ventaja, Fernando y mis hijos ya no tienen que andar corriendo de casa al hospital  y vuelta, varias veces al día.

Además de darles alegría y más tranquilidad, el hecho de que yo ya no esté en el hospital les concede más tiempo para organizarse mejor , a Fernando para su trabajo y para la organización de nuestra casa, y a nuestros hijos para sus estudios y su vida social (ahora tienen más tiempo para salir con sus amigos y para estudiar, aunque sólo sea el que invertían en ir y venir al y del hospital!!!!)

Otra ventaja, después de casi  5 meses durmiendo en camas de diferentes hospitales, volver a dormir en mi cama ha sido una de las grandes satisfacciones de mi vida.



Y por último, pero no por eso menos importante, Ahora que estoy en casa, sé que he dejado de fumar.  Lo dejé mientras estaba en el hospital, muy convencida porque tengo un estrechamiento  muy grande en la carótida y los médicos me dijeron que fumar “quita luz” a las arterias, es decir, tiene un efecto en las arterias parecido al colesterol.  Así que decidí dejar el tabaco para mnimizar las opciones de que pudiera repetirse el infarto cerebral, pero en el hospital era imposible fumar, por lo que para mí “no tenía mérito”.  Yo pensaba que la prueba de fuego en cuanto  al tabaco, la pasaría en casa, cuando vinieran a verme mis amigas, o al salir a tomar algo a una terraza, ahora que enpieza a hacer bueno y apetece un café con hielo sentada al sol.  Y era verdad.  Desde que estoy en casa me ha apetecido fumar alguna vez, pero el esfuerzo para controlar las ganas y vencer la tentación no ha sido tan grande como pensaba que sería.  Es que mi motivación para dejar de fumar es tan fuerte como que me puede repetir el  ictus y¡¡ eso es lo último que quiero!!



Aunque yo, personalmente, estaba muy bien en el hospital Miguel Servet, en casa estoy de maravilla.  Además, es verdad lo que me dijeron las médicos rehabilitadoras de que en casa se mejora.  El simple hecho de cambiar de postura o de incorporarte en la cama, te obliga a utilizar tus músculos abdominales y /o dorsales.  En el hospital había ciertas ayudas  como por ejemplo las barras de protección de la cama donde me agarraba para cambiar de postura o el estribo que colgaron de una barra de acero sobre mi cama el mismo día que ingresé, co el que me ayudaba para incorporarme.  En casa, o lo hago sóla o tienen que ayudarme mi marido y mis hijos y prefiero hacer sóla esas pequeñas cosas para no cargar demasiado la espalda de mis tres chicos que, aunque sean muy fuertes, tenen que tenerla ya muy cargada de tanto ayudarme a levantarme y sentrrme, a dar unos pasos y a todo lo que me ayudan, así que si puedo liberarles para esos pequeños movimientos, prefiero hacerlo.  Me siento mejor por ellos y también por mi misma

Por si fueran pocas ventajas, en casa se mejora el ánimo.  Se ve todo desde una perspectiva más alegre.  Nosotros aprovechamos cualquier transferencia desde la silla de ruedas para dar unos pasos apoyándome en Fernando y en Javier o Nano.  Creo firmemente que esto hace que mejore, y tambiénque mejore mi ánimo.

Me emociona la responsabilidad con que han aceptado  mis hijos lo que nos ha ocurrido.  Nunca he dudado de su cariño.  Nunca he tenido motivos.  Pero  valoro muchísimo que me lo demuestren tan claramente, que no se hayan cansado de ayudarme, a pesar de que ya ha pasado un tiempo considerable… más de cinco meses… y ellos siguen ahí, dejando sus cosas para ayudarme y además con su mejor sonrisa, con su alegría juvenil que es, gracias a Dios, contagiosa. 

sábado, 7 de abril de 2012

Capítulo IV La rehabilitación


la Dra Soriano  me había anunciado que iba a empezar ya la rehabilitación pero el día que, a mediados de  diciembre, me dijo: “Teresa, mañana bajas a terapia ocupacional y luego al gimnasio. Empezamos la rehabilitación”,  Me alegré tanto como si al día siguiente fuese a empezar a andar de nuevo.  No fue así exactamente, al día siguiente no empecé a andar, pero sí que empezamos a sentar las bases para que algún día pueda volver a hacerlo. Poco a poco, sesión a sesión, los profesionales que me tratan van haciendo que desaparezca el miedo y que aparezcan de nuevo la alegría y la ilusión, las ganas de sonreir y de abrazar a todo el mundo porque veo que la pesadilla se terminará algún día, que es verdad, que puedo recuperarme y que de hecho, unos meses después del ictus,  estoy empezando a hacerlo.



El 21 de marzo, además de entrar la primavera, volví a andar por primera vez después del ictus,  en el gimnasio, con la ayuda de un andador y de Pilar, mi fisioterapeuta y amiga del alma.  Es una sensación que casi no se puede explicar, de alegría inmensa, de confianza en la rehabilitación, de esperanza, de pensar que puedes ser de nuevo autosuficiente, aunque sea mínimamente y aunque sea dentro de unos meses.  Es una luz potente en el oscuro camino que estás obligada  a recorrer desde hace casi 5 meses.



Esa misma semana, tambén en el gimnasio y con mucha ayuda, conseguí andar un poco, sin andador, apoyándome en el brazo de Rosa Torres, una auxiliar muy simpática que siempre ha estado ahí, dispuesta a ayudarme en mi rehabilitación.  Cas me echo a llorar.  Ha sido muy emocionante.

miércoles, 4 de abril de 2012

Capítulo III El peor momento






El peor momento no fue el día que me dio el ictus, a pesar de que fue muy malo, a pesar de que te das cuenta de que te está pasando algo terrible, de que te está afectando una enfermedad muy grave.  A pesar de todo ello, ese no es el  peor momento.  El peor es el momento en que te despiertas completamente desubicada en la unidad del ictus de un hospital  y recuerdas algo de lo que ha pasado  y de lo que has pensado y te das cuenta  de que estás despierta por lo que no es un sueño, una pesadilla.  Dios mío!! Esto me ha pasado de verdad, a mí, no estaba soñando.  El peor momento es ese.  Cuando te das cuenta de que lo que decían los médicos  a tu alrededor sobre un infarto cerebral y daño cerebral sobrevenido, se refería a ti.  Y miras a tus compañeras  de la unidad del ictus y lo que ves te deprime más todavía porque unas tienen la mano igual de mal que tú, otras no pueden moverse, otras no pueden hablar, o no pueden respirar bien, otras tienen la cara torcida y tu piensas que eres una más, te miras en las otras pacientes como en un espejo.  Y el tiempo pasa muy despacio y yo casi no veo, pero de repente me doy cuenta de que se han encendido las luces del techo, son tubos fluorescentes.  Esa luz tan fría de los hospitales. Entonces, ya se ha hecho de noche.  Los sonidos de la noche en algunos de los hospitales donde he estado son terribles.  Entre los ruidos de los carros de ropa o medicinas al desplazarse, y de las conversaciones entre los auxiliares que los empujan, por la noche, especialmente por la noche, en el silencio del hospital de noche, se oyen los lamentos de los pacientes, sus plegarias y sus llantos.  Es un sonido triste y macabro, el sonido de la desesperación.  Esa primera noche tengo mucho miedo y no quiero quedarme sóla.  Pienso “Fernando no me dejes sola, por favor, no te vayas esta noche, quédate conmigo,  “ pero no se va, Fernando no me va a dejar sola ni esta noche ni ninguna otra.  Su compañía y su apoyo son tan importantes que a veces me emociono solo de pensarlo.  Menos mal que no me he quedado sola, porque ese es de verdad el peor momento.  De pronto has tenido que aceptar lo que te ha pasado y sabes que vas a tener que  luchar contra la enfermedad durante mucho tiempo y con toda tu fuerza.  Tienes que aceptar también que tu vida ha cambiado drásticamente:  No sabes si vas a poder volver a conducir tu coche, ni a trabajar, y lo que es peor, no sabes si vas a poder volver a andar… y estás tan trite y tan asustada que no puedes ni llorar, sólo quieres dormir, para descansar y para ver si dormida puedes olvidar lo que ha pasado,, relajarte un poco. 
Pero sorpresa… tampoco puedes dormir. El día ha sido muy intenso, estás cansada, tienes sueño, una cama y ganas de dormir, pero no puedes.  No puedes dormir, ni llorr, ni reir, ni moverte. No puedes vivir.  Y entonces aparece por primera vez la terrible pregunta que volverá a plantearse en los momentos malos-  Si no puedo hacer nada por mi misms, si no puedo vivir ¿no hubiera sido mejor morirme cuando me ha pasado esto? 






Capítulo II. Esto no me puede estar pasándome a mi

No puedo dejar de darle vueltas a lo que ha pasado.  Y no consigo entenderlo, por mucho que lo pienso, no puedo creer  que me esté pasando  algo grave, porque esto tiene pinta de ser algo grave y estas cosas pasan, ya lo sé, pero no a mí.  Estas cosas siempre les  pasan a personas que no conozco.

Sigo teniendo miedo.  Cada vez más.  Tengo que hacer un esfuerzo para despertarme, porque esto tiene que ser una pesadilla y la única forma de terminarla es despertarme.  Pero no lo consigo.  Intento incluso pellizcarme en las piernas para despertarme más deprisa, pero nada.  Incluso estoy empeorando mi ánimo al notar que con la manp derecha sí que logro pellizcarme pero no puedo mover la mano izquierda… Nada.   He cambiado de idea.   Estoy muy cansada y tengo mucho sueño-  Así que me rindo.   Voy a seguir durmiendo y cuando me despierte ya veremos, seguramente se habrá terminado todo esto y estaré en mi cama, perfectamente sana, no le habrá pasado nada a mi cerebro y podré moverme perfectamente, bueno, o casi, como antes de quedarme dormida y tener este sueño tan horrible.  Eso es lo que va a pasar, así que relájate y duerme, Tere, verás que bien cuando te despiertes.

jueves, 29 de marzo de 2012

Agradecimientos

No podía empezar de otra forma que agradeciendo su ayuda a todas las personas que me la han dado.  Ha sido muy importante.  A Fernando, mi marido y a Javier y Nano, mis hijos, por su compañía continua.  Sin su apoyo y su cariño no hubiera podido soportar esta situación.

Y al resto de mi familia, especialmente a mi prima Cristina, por todos esos mediodías que venía a ayudarme con la comida y por todas esas conversaciones y risas que hemos recuperado de cuando además de primas éramos amigas.  Ha sido muy bonito retomar nuestra amistad. Y A Ángela, mi prima pequeña, por su compañía y por su enorme alegría cada vez que veía un progreso en mí, por pequeño que fuera.A Ana y Carlos, por tantasvisitas y tanta alegría que me traían.

A todos mis amigos, especialmente a Marga Y César, a Gloria y Emilio, a Lita y Jaime y a Cristina y Gonzalo,  Gracias por vuestra ayuda y vuestra compañía.  En esos momentos es muy importante estar acompañada.  La soledsd atrae a los fantasmas de la depresión y la tristeza, atrae  los pensamientos negativos, y vosotros no habéis dejado que me ocurriera esto, que sintiera la soledad.  Por eso, muchas gracias.

A mi jefe, Andrés Izuzquiza, por sus visitas, sus mensajes de ánimo y sus detalles y gracias, sobre todo, por haberme guardado mi puesto de trabajo, que tantísimo me gusta, hasta que pueda volver.  Y ahora creo que será pronto.

A mis compañeros de trabajo.  Gracias por todo el trabajo que habéis tenido que hacer por mí, y por vuestras llamadas, vuestros mensajes y vuestras visitas.

Gracias especiales a Pilar Alvarez, Sonia Beltrán y Alicia Oliveros. Gracias por ser mis amigas y por trabajar en Kalfrisa.  Es una gozada trabajar con vosotras. ¡ Lo estoy echando tanto de menos…




A mis amigas del colegio, recuperadas hace poco por el bendito facebook. Gracias por vuestras visitas, por vuestros mensajes  y por vuestros abrazos y flores virtuales.  No quiero nombrar a ninguna en particular porque seguro que me olvido  de alguien y a  esta edad nuestra es muy fácil picarse…  la adolescencia es lo que tiene.!! Gracia a todas
Mi agradecimiento tambi´én al personal de la planta 3º del Hospital Universitario Miguel Servet, de manera muy directa a la Dra Dori Recio y a las enfermeras Merche y Pili Sola.  Gracias por vuestros cuidados y por vuestro cariño y respeto.  Gracias por hacer que volviera asezntirme persona y por devolverme mi dignidad.

Gracias tambén a la secciòn de rehabilitación del Hospital Miguel Servet, muy especialmente a las Dras.  Antonia Soriano, Pilar Reigada y María José García Galán, porque me estáis ayudando a recuperar mi vida.  De verdad,¡muchas gracias|

Mi agradecimiento también a la unidad de Terapia Ocupacional del Hospital Miguel Servet, por todas las cosas que me habéis enseñado.  Gracias a Maru, a Pepa., a Carmen, a Angel, a Elena y a las estudiantes en prácticas.  Des éstas recuerdo con mucho cariño a Ana, Cristina y Anabel.  Además de aprender mucho con vosotras, me lo pasé muy bien.Seréis una estupendas terapeutas.

Y, por supuesto, mi Agradecimiento más sincero a todo el personal del gimnasio de rehabilitación del Hospital Miguel Servet.  Es imposible nombraros a todos, pero quiero dar las gracias de todo corazón  a Pilar Domínguez, a Rosa Torres y a Gloria Narvión, a Sara Domínguez, a Carmen Baena, Gracias a todas, de verdad,  por todo lo que me estáis ayudando y por las ganas y el cariño con que lo estàis haciendo.

Capítulo I, Un día precioso


Hoy es 31 de octubre, y hace un sol estupendo. Como Fernando ya se ha levantado porque, como siempre que venimos a Aratorés, tiene un montón de trabajos que hacer, me levanto de la cama y abro de par en par la ventana para que entre el aire, que no es tan frío para estar a finales de octubre y en el Pirineo. Me encanta esa sensación de estar en la cama, con la ventana abierta dejando entrar el aire y el sol, pero hoy hace tan buen día que tengo como remordimientos de estar perdiéndomelo, así que decido que voy a desayunar en el jardín, tapándome las piernas con una mantiita de viaje, pero dejando que me dé el sol en la cara y los brazos. Así que me levanto y me preparo lo necesario para pasar la mañana al sol: la crema protectora, las gafas de sol, el libro que estoy leyendo y un paquete de tabaco. Bajo las escaleras y empiezo a prepararme un café. De pronto, veo en el suelo, a mi izquierda, el libro y el tabaco- tras un momento de extrañeza porque no he notado que se me cayera nada, veo que también están en el suelo el marca-libros y el mechero, es decir, que se me ha caído todo lo que llevaba en la mano izquierda, aunque yo no me haya enterado. No sé por qué pero siento una necesidad imperiosa de recoger el marca-páginas y, al agacharme un poco para que me dejaron en urgencias,recogerlo, noto un enorme mareo y me caigo al suelo. Intento levantarme unas tres o cuatro veces, intentando ayudarme con el brazo izquierdo, pero no lo consigo y todas las veces vuelvo a caerme, golpeándome la cabeza, aunque no muy fuerte, sin hacerme daño. Tumbada en el suelo frío, c, intento entender lo que me está pasando. Evidentemente, no tengo fuerza en el brazo izquierdo. Intento mover la pierna izquierda y tampoco puedo ahora de repente no veo nada con el ojo izquierdo. Por el lado izquierdo está todo negro. No hay nada, no veo nada… ¡¡DIOS MÍO|| ¿Qué me está pasando?. La verdad es que nunca he ido mucho a misa, pero soy cristiana, concretaente católica, y en estos momentos me siento más cerca de Dios. YA sé que es muy egoísta pero no puedo parar de rezar, de pedirle a Dios que me ayude, que no me deje morir… todavía no. Tengo mucho miedo, pero consigo sacar el móvil de mi bolsillo y llamar a mi marido para pedirle ayuda: “Fernando, ven por favor, que me he caído y no me puedo levantar”. Enseguida viene, me ayuda a sentarme y, asustado al ver que no hablo bien del todo, llama a emergencias. La ambulancia no tarda nada en llegar, aunque después me ha dicho Fernando que a él le pareció una eternidad.  Cuando llega la ambulancia resulta que es una UVI móvil y el equipo médico entra en mi casa para ayudarnos.  Nos piden, para empezar, que firmemos nuestro consentimiento antes de inyectarme algo para, parece ser, disolver un posible coágulo.  Así que se confirman mis peores presagios, ha sido un ictus, un infarto cerebral yme dicen van a llevarme urgentemente al hospital S. Jorge, de Huesca.

El viaje en la ambulancia se me hace larguísimo y recuerdo vagamente que me dejaron en urgencias donde, tras hacerme numerosas pruebas e inyectarme numerosos fármacos, me subieron a otra planta del mismo hospital.  Apenas recuerdo nada más. Sólo el sueño que tenía, la necesidad imperiosa de dormir.

Los recuerdos de esas horas son muy difusos.  He oído que la memoria es muy selectiva y, supongo que se trata de un mecanismo de autoprotección ten demos a olvidar los malos momentos.  Será eso, pero lo único que recuerdo con cierta nitidez es que cuando me despierto en la unidad del ictus, veo muy ceca de mí las queridas caras de mis hijos, los dos muy serios, Nano triste y Javier, que es más mayor, preocupado ,con el ceño fruncido .  También están mis sobrinos, Mauro y Ángel, serios y nerviosos.  La presencia de mis queridos “niños” en la unidad del ictus es como una brisa de aire fresco.  Tanta juventud refresca la unidad del ivtus, donde la edad media es de unos 80 años…  Gracias por haber estado allí, guapos!!



Me dicen que han llegado mi madre y mis hermanos.  Busco a mi madre con la mirada y no la encuentro, luego he sabido que la tuvieron que atender en urgencias a ella también por una fuerte arritmia que sufrió al enterarse de lo que me había ocurrido.



Por fin veo a la única mujer a la que puedo preguntarle si mi cara se ha caído mucho de un lado.  Porque es mujer, pero sobre todo porque es mi hermana.  Aparece con Mauro, mi cuñado.  Les hago reir con una pequeña broma familiar y al fin pregunto a mi hermana lo que tanto deseo y temo saber, “Pilar, mira mi cara y dime la verdad, ¿está muy torcida?”  Me da miedo ver la seriedad y la tristeza en la cara de mi hermana al mirarme, pero ella, más lista que el hambre, lo nota y reacciona rápido “Tranquila, es muy poco” y enseguida cambiando de conversación” Deja que te pase estas toallitas refrescantes, que hace mucho calor aquí”.



A continuación, veo que ha venido la familia de Fernando, mi cuñada, Maribel con Pedro, su marido, y sus tíos Carmen y Vidal.  Agradezco mucho que todos lo han dejado todo para venir  verme… por mi culpa.  Me siento un poco culpable y me emociona ver allí a mi familia y a la de Fernando, pero no puedo llorar.  No sé qué me pasa, con lo llorona que era yo hasta ayer, que lloraba hasta con los anuncios de “Vuelve a casa por Navidad”, y ahora no puedo llorar.Bueno, es igual, ahora no es momento de llorar, al menos, no sólo de llorar, es momento de pensar en lo que me ha pasado, de intentar entenderlo, de intentar aceptarlo y luchar. Pedir ayuda para luchar.